sábado, 10 de marzo de 2012

Requiem

VIII

La Lluvia

Dentro del umbral nocturno
escondiste tus razones y dejaste,
sin más remordimiento en el mundo,
el dolor que funge tu palpitar.

Arrastras lentamente hacia el mar
el celeste sufrimiento, todo junto,
el infortunio de un sesgado amar
que se ha perdido al presentarse.

Congelas mi ardua penitencia,
me besas el rostro y luego me dejas
sin saber a ciencia cierta
si son mis lágrimas o las tuyas.

Espero que con ello construyas
un dulce veneno saeta
para que pronto en mi concluya
la muerte que en mi regenta.

Te detesto, por ser tan inmensa,
me haces sentir profundamente 
que mi ahogo solo es reserva
de uno mayor que tu proclamas...

Ahora pronto arderán en llamas
mi burda pena y la que conservas,
ante ti es una nada la lluvia de mi alma
y hiere más no poder comprenderte.

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