jueves, 20 de agosto de 2015

Después de la Espera


Ya no le llamaba con la esperanza de ver una respuesta suya, solo era el deseo incandescente de que supiera que aún existía más allá de la errante forma que vió en el último instante pasar. 


Ya había abandonado el sueño de hablarle, cada vez que dormía le platicaba el día y de ese modo jamás extrañó realmente su voz, estaba presente siempre en su mente aunque ya no estaba su cuerpo y su calor. 

Se había perdido la magia con la que amenazaba la melancolía de la vida, pero la magia de aquella mirada que fungió como alegría aún permanecía sin cambio en el corazón, todo era pasado y el tiempo se perdió de la razón. 

No quedaba mucho, pero lo que permaneció nunca sucumbió, recuerdos de días felices que nunca apreció, corazón fausto y profuso refugiado en noche sin luz ni ilusión. Vida y muerte eran para lo que el tiempo nunca perdonó. 

Y así dejó la espera de verle alguna tarde en el parque, en el jardín principal, en la estación de aquel tren que tanto los sintió andar, en los pasillos, en las aceras, en algún punto entre el cielo y el mar, ya no era quien le esperaba, ya no era, nunca más. 

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