miércoles, 7 de julio de 2010

Osadía

Llueve lentamente en el cristal de las ventanas,
desde adentro he soñado con el suave rocío,
en mi mano una taza de café me concede un poco de calor
para el cielo nublado que anida en la razón.

Te trasladas lejos de las paredes que te abrigan
y miras desde los inquietos cielos el porvenir,
a la gente huyendo de las lágrimas del mundo,
de las tuyas que se estremecen en lo profundo.

El refugio se volvió un encierro fijo en la tierra,
la llave maestra fue hurtada en el tiempo,
el guardia de roca no podrá ayudarme,
me consumiré lentamente entre los espejos.

Ajeno a lo mundano contemplas el rugir del trueno,
la fuerza que imprime en el recuerdo de los hombres
y no logras entender porque conociendo su grandeza
se muestran débiles y meditabundos ante sí mismos.

En la conjunción de las miradas se encuentra la osadía
de enfrentar los polos y hacerlos uno solo,
la unión pecadora de todo lo que existe,
aquella silueta voraz de muchos universos,
de la dulce muerte y de la arrogante vida,
esos tranquilos mares de lo que más se envidia.

De un lado del muro me encuentro sediento,
del otro lado la esperanza con el cántaro de cobre
que llevase la bebida profana y perdida
de lo que se construyó en el cielo y el infierno.

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