domingo, 11 de abril de 2010

Día a Día


Suenan cinco campanas antes del amanecer,
unos pasos puntuales se escalonan en la acera,
es de nuevo la misma señorita cansada
que se dirige rauda a algún sitio lejano
a buscar el sustento de los sueños de antaño
que poco a poco se diluyen en la constancia.

Los haces matutinos se asoman tras el horizonte,
comienza el exilio del hogar a un duro trabajo
que no perdona ni tristezas ni enfermedades
de los peones del juego jornalero y urbano.

Avanzan con pesadumbre entre los hombros
de soportar el susurrante ajetreo cotidiano,
el desorden causado por la urgencia
de tener que llegar siempre temprano.

Y comen y beben como todos los demás seres,
padecen de la urgencia de tener un poco de paz,
de poder construir con esfuerzos un futuro,
de tener una ligera sospecha de existir.

¿Qué le han hecho al mundo?
Por qué tienen diario que sufrir y mantener
una vida que no parece en lo mínimo justa
por la sangre y el trabajo derramado
en las aceras, en las urbes, en los campos.

Y yo también permanezco a su lado,
a veces vencido y otras veces anegado,
¿cómo soportar el golpe de la soledad
en este camino perdido en la inmensidad?

El día muere lentamente sobre sus pies,
la luna renace para poder custodiar
el regreso del alma herida y cansada
de aquella solitaria mujer aburrida,
de aquel hombre de manos lastimadas,
del fastidio, de la tortura, del sufrimiento,
del retorno al refugio a una vieja morada.

¿Qué será de él cuando el tiempo se pierda?
¿Qué será de ella cuando sea de nuevo madrugada?
¿Qué será de esos ojos grises, apagados,
de la mirada que se va perdiendo en la nada?
¿Qué será de aquella esperanza guardada
de ver una verdadera vida el día de mañana?

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