Era la silueta de aquella mujer
un dolor cautivo en el pecho,
con sus ojos prendidos en los mios
mientras la guitarra se escuchaba sonar,
inquisidora con solo un gesto
y afable como nunca conocí.
Llevaba en el color de su rostro
compresión del mundo de los adentros,
serenidad y calma en sus labios,
tremebunda tormenta en su aliento.
No tuve mayor opción al conocerla
que quedarme estoico en el momento,
ahogado en el acto con su silencio
y sediento del aroma de su voz.
En un sueño tomé sus azules manos,
en la tierra sus brazos con mi cuello,
estampa emotiva en el desdén de la vida
y una ligera brisa de esperanzas
en el acaecer del tiempo.
nada que agragar más que muy bueno
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