domingo, 29 de agosto de 2010

Nostalgia

I

Tenía poco tiempo para realizar ese pequeño viaje, así que la decisión no tuvo que girar tantas veces dentro de mi cabeza, emprendería una travesía hacia el hogar en donde se desarrollo mi infancia y mi adolescencia. 
Llegué con un corazón palpitante, era de nuevo un niño, un niño que sabía sobre el cambio constante e inevitable del mundo, pero que a pesar de ello había cosas que mantenía la esperanza de volver a encontrar.
Las fachadas de las casas no eran las mismas, aparentaban tener un aire antiguo, demasiado olvidadas para los años que habían pasado desde que me despedí. Las calles ahora estaban bañadas en asfalto, ya casi no había arboles marcando el sendero de las calles y noté muy pocas aves recorriendo el cielo. Había comercios por doquier y un ajetreo de las multitudes no muy distinto al que tienen las grandes ciudades.
Llegué a un jardín por completo irreconocible. En el suelo se encontraban barrotes oxidados y destruidos que en algún tiempo fueron la protección de las flores que hermosamente adornaban el ambiente, ya no había más que algunas hierbas luchando por coexistir en un ambiente lleno de basura. Los juegos estaban incompletos, carcomidos por el agua y por el silencio, abandonados por todas las personas que no notaban su existencia. A un par de cuadras estaba la pequeña morada donde yo crecí.
La impresión fue sorprendente. Comencé a caminar entre la gente con pasos titubeantes, sentí un miedo terrible, ¿pero cómo es que pudo pasar esto?, ¿por qué las personas pasaban tan indiferentes ante tal panorama?
Mi cuarto aún permanecía de pie, pero mostraba la tortura del pasar de los años. Aquella puerta sencilla, sin algún cristal que permitiese ver hacia el interior, comunicaba el vaivén del mundo con el santuario de mis recuerdos. La casa había sido rentada por una joven pareja, pero abandonada desde hace cuatro años, mi hermano y mis padres no quisieron volver a vivir ahí.
Tuve que hacerme de un par de maniobras para poder girar la llave de la entrada principal. El patio se encontraba lleno de polvo y las ventanas cubiertas con hojas de periódico de un amarillo muy triste, llenas de noticias que hacía mucho tiempo se habían añejado.
Subí las escaleras. Mi habitación, mi refugio, ahora no era otra cosa sino una bodega de muebles viejos y quebradizos. Una cama dura, un pequeño ropero y un par de libreros eran los personajes que me dieron la bienvenida a la esperanza que había guardado.

No soporté ni un instante más aquella imagen, mis rodillas pronto se unieron al piso y comencé a llorar…

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