viernes, 8 de julio de 2011

Una Larga Noche

IV

-¿Por qué pensaste que te olvidé?
-Estaba triste y molesto, no era claro el cielo.
-Nuestro cielo es una nube.
-¿Me llevarás?
-En su momento.
Sin notarlo ya no llueve; todo es tranquilidad y silencio.
-Te siento más relajado.
-Al fin hablé contigo, ahora puedes decirlo.
-Yo no tengo que decir nada.
-¿Qué va a pasar?
-No adivino el futuro.
-Me ayudaste a escribir el mío.
-Y será así porque en verdad lo quieres. ¿La has visto?
-Le sueño constantemente.
-Ahora es parte de tus sueños.
-¿Y tú?
-Yo pertenezco a ti.
-Eso es para mí la misma situación.
-Pero yo ya no creceré en tus sueños.
-No me hagas llorar.
-Es cierto, también lo es el hecho de que es tarde para cambiarlo.
-Lo sé.
-Pero si estoy contigo, viviré para ver crecer.
-¿Qué?
-No disimules.
-¡Gracias!
- No es necesario que lo agradezcas, estoy aquí para ti. Búscame en lo profundo de la noche.
-Siempre.
-No le cambies nunca.
-No lo haré. Te esperaré, sé que regresaremos como los extraños que alcanzamos a ser.
-No los mismos.
-Pero no distintos.
-¡Adiós!
-Gracias…
Se desvanece poco a poco en un abrazo fraterno, sutil, eterno. La habitación queda desolada… enciendo otro tabaco para calmar mi palpitar.
Escucho sonar el teléfono y la habitación se cubre con un aroma inconfundible. En el muro azul la sospecha de mi alma dibuja los trazos de aquella flor que invade mi corazón, la flor que apareció entre sus manos.

Fin de Una Larga Noche

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